terça-feira, 29 de outubro de 2013

ÚRSULA


No sé cantar, no sé rimar ni escribir usando palabras bonitas, no sé emplear la retórica. Me enseñaron a resolver el logaritmo en base dos de 15, a calcular cuadrados de números complejos, derivadas, integrales, longitudes de onda, frecuencias… Pero creo que se les olvidó enseñarme las palabras para decir lo que quiero decir.
Te veo, cada día, el movimiento armónico simple de tus caderas bajo la bata de algodón, y pierdo mi centro de gravedad, para convertirme en un fluido en movimiento cuya energía potencial le impulsa irremisiblemente a salir en fuga cual electrón en contacto con otro electrón. Pero entonces tu voz forma una parábola descendente, cae en mis oídos, y mi rozamiento se vuelve estático porque ya no me muevo, tú me arrastras.
El calor latente de mi cuerpo se dispara, y en mis órganos ya no hay equilibro térmico: las orejas y las mejillas superan la temperatura de fusión del hierro, mientras la frente y el pecho son invadidos por un frío de 00 Kelvin. Ojalá pudiera controlar toda esta reacción en cadena, pero no tiene ecuación ni fórmula, ni puede representarse en un sistema de coordenadas cartesianas. Es irracional, como pi, y complejo, como la raíz cuadrada de -1. Lo único que sé con un 0,0001% de incertidumbre relativa es que quiero estar contigo durante una cantidad de tiempo que tiende a infinito, o que lo supera: infinito más 1, más 2, más un trillón de años-luz. Lo sé, me salgo del rigor científico y del matemático. Pero todo esto me lleva a la conclusión de que lo que quiero decirte se puede decir con palabras; con 2, un número natural, entero, real y par, y creo que ya no hay más hipótesis que demostrar, porque la solución definitiva es: te quiero”.

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